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UN VECINO DE BÁDAMES EN ALASKA

   Fueron muchos los vecinos de la Junta de Voto que se aventuraron a probar fortuna en América. Este breve relato nos narra cómo José María Montaña decidió dejar de vivir en las tinieblas aunque ganase menos dinero.

Por Pablo Trujillo Ateca, febrero de 2006

Retrato de José María al estilo de indiano neoyorquino: traje impecable sobre camisa de rayas verticales y cuello alzado con pajarita, zapatos bien lustrados, cadena de reloj de bolsillo y un habano en su mano derecha.   En la casa donde se encuentra el bar de Purina, (el bar "Romy"), vivía su padre, José María Montaña. Cuando le conocí ya era una persona mayor aquejada de mala circulación en las piernas que le obligaban a acompañarse de su inseparable cachava.
   En su juventud, como muchos de sus contemporáneos, había estado en América y me contó una historia que se sale, con mucho, de las que contaban los demás “indianos” por lo insólito de su paradero.
   Él había estado en “Niu York”. Allí después de unos cuantos trabajos y de unos cuantos despidos encontró un trabajo de minero pero no en el mismo “Niu York”, decía.
   Le proporcionaron billete de tren para viajar, con los demás trabajadores contratados, hasta el lugar donde se hallaba la mina.
   Me contaba José María que aquello debía estar muy lejos. Que subieron al tren en Nueva York una mañana de viernes. Salieron. Se hizo de noche. Amaneció. Volvió a hacerse de noche y volvió a amanecer. Después de un día corto volvió una noche larga, “muy larga” en la que llegaron a su destino. Creo recordar que decía que había estado tres días en el tren.
   Desde la estación fueron a unos barracones, les dieron algo de cenar y se fueron a dormir.
   Cuando, a la mañana siguiente les llamaron para entrar a trabajar en la mina, no había amanecido. Cuando salieron del trabajo seguía siendo de noche. Y así día tras día… iba a trabajar antes de amanecer, pasaba toda la jornada en la oscuridad de la mina y cuando salía era de noche.
   - ¡A ver cuando llega el domingo! No bajaremos a la mina y podré ver el sol… - decía José María.
   ¡Vaya desilusión! Llegó el domingo y no se trabajó, llegó la hora de comer… y la de cenar…y la de irse a dormir… pero del sol, ¡ni rastro!
   Al día siguiente, José María, en lugar de bajar a la mina, se fue directamente a la oficina y pidió la cuenta. “Él no podía estar en un sitio en el que no había sol. Ni siquiera estaba seguro de que allí pudiera haber Dios”.
   Le dieron la cuenta y compró un billete de tren para ir a Nueva York. Después de mucho tiempo viajando de noche, volvió a amanecer…Entonces respiró tranquilo, como si hubiera vuelto al Mundo.
   Cuando me lo contaba, él no sabía dónde había estado. Pero con la explicación que daba no es difícil deducir que nuestro vecino José María había sido por una semana ¡MINERO EN ALASKA!
   Yo no conozco a nadie que haya estado allí. Sólo a José María Montaña.